En América, durante el período virreinal –siglos XVI al XVIII-, lo religioso dominó la vida de los individuos a través de signos, concepciones y ritos. El pensamiento religioso era el único medio de lucha contra la naturaleza. Así, para enfrentar hambres y enfermedades, no quedó más camino que la intercesión divina.
En esta vida, imbuida en el fenómeno religioso, las fiestas patronales y las procesiones fueron aglutinante de identidad comunitaria, afirmación de creencias y ritos, además de expresión de valores y jerarquías. Cada agrupación o vecindad se encontró acogida por un santo patrón, cuya fiesta era solemnemente celebrada.
Las procesiones solicitando un favor, eran frecuentes durante el año, y cualquier fenómeno adverso daba lugar a ellas. Sequía, epidemias o exceso de lluvia, fueron motivo suficiente para recorrer las calles con el santo patrón y obtener su intercesión con El Creador.
Con el interés de acrecentar el fervor religioso, la iglesia se valió de la palabra, pero sobre todo de la imagen, para instruir en la vida de la Virgen María y de Jesús, y mostrar representaciones de santos, quienes habían sido personas con vidas ejemplares dignas de ser imitadas.
A la Nueva España llegaron imágenes realizadas por grabadores europeos, traídas en la embarcación que año con año arribó al puerto de Acapulco, procedente de Filipinas. Y en América se reprodujeron las imágenes religiosas a través de la pintura o la escultura; cubriéndose retablos y fachadas de iglesias y capillas del territorio novohispano.
Desde luego las normas para la elaboración de una imagen fueron estrictas. Si bien, las trabajadas sobre Jesús y la Virgen María debían estar estrictamente basadas en los relatos bíblicos; la representación de los santos era reglamentada por los concilios. Normas que llegan hasta nuestros días gracias a recopilaciones y estudios sobre el tema.
El pintor no tenía la libertad de interpretación propia, y muchas de las obras fueron consideradas heréticas y destruidas por atrevidas y escandalosas; además de los severos castigos que la inquisición disponía para los artistas que caían en herejía.
Las ordenanzas establecieron claramente el uso eclesiástico de las imágenes, pero cuando el temor a la inquisición se desvaneció, y los pintores tuvieron la libertad de trabajar fuera de la organización de un gremio; el número de pintores y artesanos modestos se incrementó, ofreciendo sus servicios libremente, de modo que cualquier familia pudo colocar, en su hogar, al santo de su devoción.
A finales del siglo XIX y principios del XX, el pintor se reinventó una nueva función, y tomó el pincel para dar gracias por los favores recibidos del cielo; popularizándose los pintores de milagros y surgiendo la costumbre de los ex – votos. Sobre madera o lámina de metal, y utilizando la técnica del óleo; se rindió culto representando la devoción, y colocando al santo en medio de la escena milagrosa, lo cual testimoniaba su intercesión y daba gracias por el bien recibido.
En la actualidad se perdió la costumbre y se solicitan o agradecen favores sujetando con un seguro, el milagrito o la fotografía del beneficiado, a la vestimenta del Santo patrocinador. A quien debe pedírsele con fervor, porque ante un problema sin solución, no queda más que la intervención divina para salvar de: un mal diagnóstico médico, pérdida de bienes, injusticias judiciales, violentos agravios o flaquezas humanas. Se debe tener la convicción de ser merecedor de la gracia divina, por lo que, la imagen devocionaria, nunca está de más en un hogar cristiano. Menciona Carlos Fuentes: “yo apuesto a que existe, porque si no existe no sucederá nada. Pero si apuesto a que no existe y sí existe, lo más seguro es que no me vaya muy bien…”
Dentro de la imaginería religiosa contamos con patrocinios para todo mal. Y más importante aún, en la cotidianeidad como creyentes, se hace necesario establecer esa sintonía con el Creador y permitir que sus huestes intervengan en nuestras vidas.
Así, en esta ocasión y parafraseando a Carlos Fuentes, somos 32 imagineros, los que apostamos a que sí existe. Originarios de diversas culturas –Rusia, México, Canadá, Estados Unidos, Japón,… pero unidos por la espléndida coordinación de ARCEO PRESS & STUDIO, mostramos al ente que ilumina el difícil camino de creyentes: Santos cristianos -impuestos o creados popularmente-, dioses japoneses o celtas. Seres reales o imaginarios representados libremente, sin compromisos ni amenazas inquisitorias. Personajes dispuestos a favorecer a artistas, plateros, peregrinos, animales, pescadores, soldados, víctimas de guerra, migrantes, etc.
Es así que se integra la carpeta de obra gráfica Santitos, rica en su contenido, por la variedad tanto de estilos como de técnicas, además del sostén indiscutible que significa la trayectoria de los autores, quienes manifiestan la creencia implícita, propia o ajena; y con estilo personal nos permiten hurgar en las entretelas de la fe.
Guadalupe Anaya. Verano, 2011